domingo, 3 de febrero de 2008

Selección de textos


SELECCIÓN DE TEXTOS DE SUS LIBROS PUBLICADOS:


De En la Casa del Hombre (poesía, 1995)


Cualquier crepúsculo de polvo

Hoy puede ser cualquier insulto
cualquier crepúsculo de polvo
Los ángeles vengadores aúllan
blandiendo púas que gotean sangre.

En mi frágil cristal
hay una trepidación de nervios
y no sé del legendario héroe que sufrió por mí

No sé del prójimo obediente
trocado en ámbar.


Pasa la muerte y me roza

El alcohol bruma me quita
en un rincón centinela
soledades noche vela
y una pena que se agita
a extinguir la vida invita
alguna voz misteriosa
me estalla dentro una rosa
oscuridad cruz mortaja
la suerte el temblor baraja
pasa la muerte y me roza.

Desvarío
A Mima, mi bisabuela.

No posees más que recuerdos
Huracanándose por la memoria
cada evocación se te confunde

En tu butaca mal remendada
clamas por los muertos
los muertos con quien conversas
él

¿Por qué no llega?

Te apresuras bordando tu vestido de novia
cuando vuelva se casarán
Tu hermano
mamá
papá
el papá de papá
el abuelo del papá de papá..
Todos invitados

Lo olvidas de repente
continúas tejiendo
una cosa que no recuerdas.

El extravío
A Juan Carlos Valls

La bestia es una trampa
un fantasma embadurnado en púrpura

Hay una ciudad tartamudeado la amenaza
para cuando las azucenas solo huelan
y no existan cementerios

La única tormenta es el extravío convertido en soledad
el brillo marino de quienes hemos preferido
la reja que no encierra a nadie

Todo está inundado de muñecos sagaces
de hipnotismo y tribuna
Las raíces suelen ser ligeras como manos en la sombra
Hacia el árbol
el viejo árbol umbrío
se acerca un ciclón en la fatiga del animal cojo

Y será el siervo ignorante
quien no se explique tu desánimo
si no quedan rejas
ni régimen
ni rey
solo un chambelán soplador de globos.


De Cartas al padre (poesía, en edición bilingüe español-árabe, 2000)


El aleph

Cruzo el bosque de mallas verdinegras
Tras el aventado
Racimo del misterio
Un río durmiente
Ofrece su esterilidad

El molino de los huracanes
Ha vuelto sus pétalos hacia el vacío
Y la mano castrada
La hoz deshecha
Siega el límite del silencio

Estas murallas ciclópeas
Transpiran por sus fisuras
La sangre polvorienta

El péndulo
retrocede
Lento y laxo
Vuelve la ingravidez
Espera y duda

La puerta invisible
El aleph

Sigamos ya
Aunque las llamas
Tuerzan sus ojos
Y el azufre anuncie lascivo
Su avidez
—Condúceme, Virgilio.


El que gobernaba a mucha gente

El que gobernaba a mucha gente
Se pierde en la Noche
Y surge en el hábito de los muros
En cada nueva visión hipnótica

"¿Qué hacer en la ancianidad de la Idea?"

La profecía escurre su líquida voz
El Obtuso se cuelga de su yegua mansa
La bestia es torpe
Lo derriba:

Aquí está
Es el Rey que edificó un imperio
Con su juego de alfabeto
Y conjuro de cuerno mágico


Un cordón de sudor circunda la corona
Y el palafrenero de nariz cobriza
Tiene una sombra en el costado:

—¡Oh, pobre señor mío!
¡Pobre sábana transparentada!
¿Dónde hallarás al guerrero cualquiera
Que te acompañe en este día?


La cima

Sísifo sube la cima sibilante
Carga la roca dura de cada carga
Las nubes pasan y le mojan
El rostro
Contraído y seco
En el cielo saben de esta pena
Ya se han visto esas nubes, Azorín

Sísifo sube la cima sibilante
Carga la roca dura de cada carga
A un lado los buenos
Los malos tiran del otro
Y en medio el Tao
La soga va de sur a norte
De aurora a crepúsculo, Lao-Tsé

Sísifo sube la cima sibilante
Carga la roca dura de cada carga
¿Qué ha sido de los dioses?
¿No ven arder el Día de la Ira?
Lloverá
Ahora llovizna

Sísifo sube la cima sibilante
Carga la roca dura de cada carga.


El olvido

No es el olvido
La niebla que anida entre los ojos
O la ruinosa torre donde habita el silencio

El olvido no es eso
Es la luna
Vacía como un gran agujero de luz
Y tras las yerbas grises
Una crin de musgo
Erizándose
Sobre la tumba
De los remotos muertos.


Aquel himno

Espuma efervescente
El himno que entonaba
Se confunde
Por el rumor de la duda

La marejada devuelve
Con ínfulas de oráculo
Presagios que soñamos volátiles

Encuentro columnas verdinegras
Quizás indiquen la ruta
Hacia tu escama áurea
Acaso

Pero me lleva la onda movediza
Y aquel himno
Se torna cada vez
Más extraño.


Pregunta

¿Y ahora
Qué nueva iridiscencia
Qué nuevo himno
Qué nueva impredecible estampida
Qué nueva pirueta
Improvisarás
Para mí
Tu hijo pródigo
—desleal
Desheredado—
Para convencerme
De que el ánfora raída
El telón hueco
El campo de galope demencial
La corona rota
En el pasto de cuadrículas
No fue una pifia
Sobre la desasida cuerda?



De El Modernismo martiano, nuestro Modernismo (ensayo, 2001)

Justo es comenzar este trabajo advirtiendo que, al igual que con el Romanticismo, existen tantos Modernismos como autores inmersos en esta corriente ideo-estética. Fueron modernistas Julián del Casal, Juana Borrero, Carlos y Federico Urbach, por citar solo ejemplos cubanos, tanto como Bonifacio Byrne, Mariano Brull, Emilio Ballagas o José Martí. En cambio, conceptuar esta nueva estética, esta revolución de las formas y de los contenidos del arte, a partir de los presupuestos individuales de sus obras, nos llevaría al repetido error de considerar al Modernismo una tendencia agotada o superada. Ante todo, conviene distinguir que el padre del término Modernismo fue Rubén Darío, quien advierte la necesidad de un nombre para el movimiento que vio elevarse como una corriente capaz de remover las raíces de los viejos modos de la literatura en español. Rimbaud había exclamado imperativo, con entusiasmo ante el sol naciente: «Il faut être absolument moderne».
Lo nuevo era lo apreciable, de ahí que la palabra Modernismo, que había sido utilizada ya, con auge inquisidor en la Edad Media y, antes, en la Antigüedad, suscitando polémicas encendidas, se revelaba como un término llamativo, propicio para la gran presentación. Darío se decide por este vocablo, procedente del latín moderno. Ahora bien, ¿quiere esto decir que el Modernismo es propiedad «intelectual» del nicaragüense? Resulta obvio que no, porque si bien él aporta el nombre y la continuidad imprescindible para su desarrollo y conocimiento en Hispanoamérica, no fue su iniciador, no es el autor del hallazgo de la nueva literatura. Muy entrado el siglo XX, después de homenajes en los que se le proclamaba padre del nuevo movimiento, Darío reconoció, en su Autobiografía, la admiración que profesara siempre por José Martí, en cuyos trabajos periodísticos había descubierto el brillo y la energía de un arte distinto, moderno, que decidió imitar y explotar en sus prosas y, más tarde, en sus versos.
Cuando Rubén viajó a España como embajador del Modernismo, la historia había decidido que José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, José Asunción Silva, ocuparan una notable ausencia. Sin embargo, fue en las obras de estos latinoamericanos donde se anunció la nueva literatura. Incluso los discípulos de Darío desconocían las bases sobre las cuales se levantaba el cuerpo deslumbrante de la renovación dariana y lo desconocieron por algún tiempo también los teóricos del Modernismo. Se elaboró entonces un concepto que hoy solo podemos aceptar para el primer Modernismo dariano, porque estuvo sustentado por las producciones inciales de Darío, ni las mejores del Modernismo ni las más notables del nicaragüense.
Desde los primeros rayos renacentistas, el arte preconizó un Humanismo que sobreviviría a la oscuridad medieval y a la sofocadora contrarreforma. Pero sólo con el estallido y el triunfo de la Revolución Francesa, que inaugura la Edad Moderna, las ideas del Humanismo se difunden al mundo cultural de Occidente y la Modernidad va dejando de ser una aspiración para imbricarse en el surgimiento de nuevos estados y repúblicas. La guerra de liberación americana debe mucho a la Ilustración; nuestras repúblicas se forjaron en el anhelo de conquistar un futuro alto que sigue constituyendo la utopía hispánica.
Porque la eliminación del poder colonial supuso una posibilidad para, desligados de la metrópoli subdesarrollada y subdesarrolladora, luchar por la conquista de la Modernidad. Sin embargo, la libertad política, social y económica alcanzada por América a mediados de los años veinte del siglo XIX, no se correspondía con el producto de sus creaciones artísticas, a pesar de los esfuerzos distinguibles de autores como Andrés Bello, que quiso llevar el espíritu de la independencia a la lengua con su interesante Gramática. Será el Modernismo el encargado de asumir la revolución de superestructuras y de mentalidades en una revolución de formas y contenidos del arte.
El proyecto de Modernidad de José Martí coincide y se interconecta con los proyectos de Modernidad más importantes del siglo XIX americano. En el pensamiento ilustrado de América y Cuba, y en sus más genuinos autores romáticos, podemos situar la base del Modernismo martiano. ¿Cómo si no legitimar una tradición cultural americana que sirviese de sustento al anhelo y al derecho de ser independientes? Las naciones latinoamericanas debieron asumir la lengua de los colonizadores, prácticamente se quedaron sin memorias de su pasado precolombino, pero poseían una riqueza en hechos y figuras que podía enorgullecerlas y sustentarlas ante el Viejo Mundo. Martí se sabe parte de una evolución sociocultural y se enorgullece de su linaje como latinoamericano y aun como cubano. El
conocimiento profundo de su cultura a través de las enseñanzas del maestro, el poeta Rafael María de Mendive, posibilitó que la multiplicidad arrasadora de las culturas española y francesa, regaran sus raíces sin removerlas o desprenderlas definitivamente. La diversidad cultural, lejos de afectar su evolución como artista y como “teórico” de la Modernidad, asegura su rumbo hacia el porvenir y lo conduce a búsquedas incesantes, ya sea en el arte mismo, en la historia, o en las ciencias.
Rubén Darío, que en sus inicios sólo vio el brillo de la nueva literatura practicada por José Martí en sus artículos y crónicas periodísticas, no pudo comprender por qué había terminado su vida en la manigua cubana. En cambio, de cara al sol, combatiendo por la independencia política que supuso básica para la emancipación social y cultural, debía terminar su vida el pensador y el poeta, que eran uno en Martí. Había escrito el Apóstol que sin Hispanoamérica no podría existir una literatura hispanoamericana, había estudiado la composición de las repúblicas americanas, había conocido los planes imperialistas de los Estados Unidos; previó que América tendría que declarar una segunda independencia y que las Antillas aún esclavas, serían el puente del imperio norteamericano para extenderse con su cultura “otra”, por encima de la América Latina. En las Bases fundacionales del Partido Revolucionario Cubano, suscribía la intención de liberar a Cuba y a Puerto Rico, porque sólo garantizando la independencia política de las dos islas caribeñas, podría contenerse el avance del poderoso vecino imperialista y salvaguardarse la cultura hispanoamericana.
Organizó una guerra sin odios; luchó por la independencia de Cuba y la abolición del régimen colonial, para emancipar a Cuba y redimir a España. Y con el Modernismo, logró antes la praxis de su ideología
revolucionaria, dando cauces a una nueva literatura orgullosa de su lengua castellana, heredera de una tradición humanística en ascenso y, por primera vez, exploradora de sus posibilidades expresivas ilimitadas, sin cánones estrictos y capaz de atenuar, hasta la desaparición, los límites entre los géneros.
Si bien el proyecto de Modernidad martiano no es el primero de cuantos son concebidos en América, ni aun en Cuba, será capaz de englobar lo mejor de las propuestas que le preceden. Además, se ocupa del arte desde el arte mismo, de la literatura desde su condición de escritor. En sus escritos de índole «teórica» acerca de la nueva estética —a la que rehusó dar un nombre— y en su obra, Martí explicita una poética muy particular. Su Modernismo acepta y defiende la pluralidad siempre que la esencia identitaria de la nueva literatura no se enajene en productos extranjerizantes. Aciertos de la obra de José Martí en que se ha reparado pocas veces son: la creación de atmósferas escriturales, de una prosa poemática y la búsqueda incesante de actualización, que no debe confundirse con el modismo o esnobismo artístico. Por lo general, se ha escrito que los modernistas fueron unos enajenados y que en ellos se manifestó una abierta oposición hombre-naturaleza-sociedad. En cambio, olvidaron los críticos que los autores modernistas tienen un punto de partida romántico que evolucionará hacia una concepción del mundo más contemporánea, como la expuesta por Martí, quizás influida por Emerson y las fuentes clásicas de la filosofía y del krausismo español, según la cual el hombre es parte del cuerpo de la naturaleza y la sociedad la expresión de interacciones entre los hombres. De ahí que no haya contradicción entre ellos, sino conciliación mediante el papel central del hombre como vínculo entre la naturaleza y la sociedad, cuerpo constituyente de las dos.
Iván Schulman, señala al respecto en su ensayo Modernismo-Modernidad: metamorfosis de un concepto:
Más productivo a la larga, y más en armonía con las investigaciones modernas, es el concepto desarrollado por Federico de Onís en 1934, según el cual el Modernismo «es la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico «cuyo proceso continúa hoy». Idéntica concepción es desarrollada por Juan Ramón Jiménez, testigo y partícipe del período álgido del Modernismo español y de sus manifestaciones hispánicas posteriores, para quien el Modernismo no fue «solamente una tendencia literaria...» sino «una tendencia general... [una] cosa de escuela ni de forma, sino de actitud. Era el encuentro de nuevo con la belleza sepultada durante el siglo XIX por un tono general de poesía burguesa.
Eso es el Modernismo: un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza.[1]
José Martí, con su acostumbrada clarividencia notaba ya en 1882 que la época exigía cambios definitivos en el arte porque era época de cambios en la sociedad:
Esta es en todas partes época de reenquiciamiento y de remolde. El siglo pasado aventuró, con ira siniestra y pujante, los elementos de la vida vieja. Estorbado en su paso por las ruinas, que a cada instante, con vida galvánica amenazan y se animan, este siglo, que es de detalle y preparación, acumula los elementos durables de la vida nueva.[2]
Martí, como es natural en un escritor de su pujanza y de tantas inquietudes, que se mantuvo actualizado, aun en los momentos más tormentosos de su vida, sobre cuánto acontecía en el mundo; evoluciona en sus criterios acerca de la literatura y del papel del escritor y del artista. En cambio, puede
ofrecer un corpus perfectamente definido en sus ideas sobre cómo asumir influencias y cómo expresar la naturaleza de América en un arte americano.

Con el Modernismo sucede como con el Romanticismo —del que sugería Octavio Paz es una metáfora—, se trata, más que de un movimiento, de una actitud. El Modernismo renueva el arte desde los códigos nuevos de la Modernidad. Renovación que no deberá ser arbitraria ni confundirse con un interés vano por estar a la moda que, la historia lo demostró ya muchas veces, resultó en calco de un producto que fue genuino y, al copiarse, enajenó su esencia. El arte modernista, según los postulados de José Martí y la práctica misma de su literatura y de su vida, debe adecuarse a su tiempo pero no limitarse a él, porque está siendo producido en un contexto que pretende modificar en aras del futuro. Esta nueva estética recibirá los influjos de su contexto y será capaz de incidir en él, en una interrelación basada sobre la tradición cultural de cada pueblo. La literatura modernista estará abierta a las influencias, pero será capaz de tamizarlas desde sus fuentes culturales autóctonas.
Federico de Onís en su ponencia Martí y el Modernismo, leída en el Congreso de Escritores Martianos, notaba algunas ideas que tuvieron muy poca repercusión y que son básicas para comprender el maremagnum crítico que se ha generado respecto a la interrelación Modernismo/ Modernidad: «Nuestro error está en la implicación de que haya diferencia entre Modernismo y Modernidad, porque
Modernismo es esencialmente como adivinaron los que le pusieron ese nombre, la busca de la Modernidad.»[3] Sucede que el concepto Modernidad es histórico—social y nomina toda una edad, cuyo despegue pudiéramos ubicar a partir de la Revolución Francesa. El Modernismo confluye con la Modernidad en tanto es su manifestación en el arte. Las contradicciones de la Modernidad se expresan en el arte modernista. Así por ejemplo, el ideal moderno de la Ilustración sólo ha sido posible en Nuestra América desde una concretización artístico-literaria. Y, aún cuando ciertas teorías copiadas del primer mundo pretendan negarlo y destruirlo, sigue vigente en el contenido identitario diverso de la cultura hispánica.
En la poesía, la experimentación con ritmos y metros desusados o novedosos para la lengua, el rescate de tradiciones y su contemporaneización, el cultivo del verso blanco que da lugar a líneas versales inusitadas en español, el deseo de rebasar limitaciones de los acentos tónicos obligatorios y constituyentes, la explotación de tonos discordantes y matices extraños, la incorporación de hallazgos de los simbolistas, parnasianos, impresionistas y expresionistas, serán banderas que pasen de una generación a otra, de un período a otro, a lo largo de la Edad Moderna. Por supuesto, no siempre ha primado la armonía necesaria entre la expresión y el contenido, que proponía Martí para quien el estilo era una «forma del contenido» y escribió que tenía declarada la guerra a la poesía mental.
Ahora bien, entre los distintivos del Modernismo está la multiplicidad, el polifacetismo, la posibilidad de convergencia y reedición de movimientos y tendencias anteriores. A veces, el escritor modernista dejará en el olvido conscientemente su ubicación universal, política y social, para producir una obra cosmogónica, con implicaciones políticas y sociales evidentes. Tópicos como el de la dicotomía Bien/Mal, entre otros binarios, son retomados y disueltos en las innumerables combinaciones artísticas de tal fenómeno que, con trasfondo filosófico, tiene en esta literatura una expresión estética. Porque la voluntad de hacer filosofía desde la novela, desde el poema, o viceversa; la incorporación de valores culturales de todos las regiones del mundo; la transtextualidad en sus múltiples manifestaciones; la construcción de utopías literarias; aparecieron para quedarse en la nueva literatura modernista. José Martí nos enseñó a escribir desde el centro del universo con la humildad de saberse una minucia perdida en el espacio; la unidad ideológica y formal, la armonización de una ética con una estética, la atención a la forma y al contenido del arte, en el equilibrio de una vida y una obra que se influyen y complementan.
Las concepciones humanísticas del renacimiento vuelven a aparecer de manera significativa en la nueva estética, aunque sólo en José Martí se expresan cabalmente desde temprano en su vida y su obra. Luego van a resurgir con fuerza durante el siglo XX en autores y tendencias de la literatura y el arte en
Hispanoamérica. La tan nombrada Generación del ‘98, término con que se denomina al grupo de más significativos autores de las letras españolas de inicios de este siglo, no es más ni menos Generación del‘98 que la del grupo de escritores americanos de esa etapa. En ellos hay una comunidad de intelectuales ilustrados, todos son escritores modernistas, con búsquedas afines. La evolución de sus obras muy similar. Al respecto, señala José Luis Martínez en su estudio Krausismo, modernismo y ensayo:
La generación del 98, cuyo impacto social en el mundo hispánico es indudable, desde un punto de vista literario no tiene razón de ser. Solo en el ámbito regional podemos atribuir a sus escritores características comunes. En lo universal, la preocupación de los noventayochistas por España, es semejante a la de Martí por Cuba, Manuel González Prada por Perú, o la de Rodó y Rubén Darío por el continente hispanoamericano.[4]
Pero sucede que el siglo XX ha sido el siglo de la crítica y el ensayismo. Práctica cotidiana, la teorización y subdivisión en tendencias del cuerpo general del arte y la literatura, sin la distancia prudente para no confundir las proclamaciones de novedades. Si evaluamos la crítica del XX encontraremos un afán desmedido, a veces alucinado, de fragmentación en movimientos muy similares para la evolución en espiral del arte modernista. En el caso de la literatura, la evidencia mayor de esta práctica fue la proclamación del posmodernismo como un movimiento que rebasaba al Modernismo.
Estoy de acuerdo en que al conceptualizarse el Modernismo a partir de la obra de Rubén Darío, incluso a partir de los primeros libros del nicaragüense, su estética se reducía a unas novedades formales que pronto fueron preteridas por el mismo Darío y por sus epígonos. Se limitaba, la literatura modernista, a una nueva expresión superadora del romanticismo por sus búsquedas formales, policromía, plasticidad,
refinamiento, exotismo, etc., encerrándola en un esteticismo condenado a fenecer muy pronto. A los nuevos creadores, como Gabriela Mistral y César Vallejo, evidentemente les quedó pequeño el fórceps
delimitador del Modernismo, ellos estaban más cerca de la estética de José Martí. En sus obras la forma y el contenido ofrecían una armonización que en el grupo dariano no formó nunca un cuerpo sólido. Se habló entonces de posmodernismo, cuando sucedía realmente un regreso al primer Modernismo, al auténtico Modernismo que iba a continuar influyendo y perviviendo en las literaturas hispánicas.
Las vanguardias en Hispanoamérica, con excepción de Brasil en que tomaron un gran auge a destiempo y sus efectos han resultado sui generis en la evolución literaria del país, no suponen una negación del Modernismo ni tienen el carácter arrasador con que muchas veces se les presenta. Es una característica americana el asumir los nuevos movimientos sin un total desdén del anterior, de manera que las conquistas del pasado redundan en mejores obras del presente, una vez que las creaciones subsiguientes se suben a las frondas que les precedieron, para agigantarse. El contexto mundial en que hacen su irrupción las vanguardias favorece su auge y hasta el olvido momentáneo de algunos artistas de que forman parte de una tradición cultural. Sin embargo, las búsquedas de las vanguardias no resultan ajenas a las búsquedas modernistas, más bien se insertan en una trayectoria que ya había sido iniciada. De esta revolución dentro de la gran revolución modernista, quedaron obras significativas y sobre todo quedó un sedimento del que se aprovecharía mejor la literatura del futuro.
Es que la estética de finales del siglo XIX que evoluciona a lo largo del XX, es modernista aunque sus autores utilicen una gran diversidad de procedimientos. Entre los cubanos, Mariano Brull, Eugenio Florit, Emilio Ballagas, Rubén Martínez Villena, aunque considerados vanguardistas mantienen un vínculo esencial con el Modernismo martiano durante toda la evolución de sus obras. Anderson Imbert
escribió: «La pasión formalista los llevó al esteticismo y generalmente es este aspecto el que más han estudiado los críticos; pero, con la misma voluntad de formas nuevas, los modernistas hicieron también literatura naturalista, filosófica, política y americanista».[5] Luego adviertía: «Mucha literatura naturalista, criollista, indigenista, es modernista, y si no se le considera como tal es porque, por sus temas, se confunde con el realismo nomodernista. En otras palabras, el Modernismo fue una tónica literaria, no una temática.»
La aspiración de mejoramiento social, de influir en la sociedad a través del arte, la conciencia de ser un escritor contemporáneo, la vocación humanista, el interés explorador en géneros y formas, la búsqueda de una literatura renovadora y de auténtica vinculación con su época y su contexto, la intención de minar estructuras obsoletas y revolucionar el lenguaje y su expresión, continúa siendo parte del proyecto modernista inaugurado por José Martí, que cuaja desde la década de los años ochenta del siglo XIX en su prosa y luego en la poesía.
La escritora cubana Fina García Marruz, en su reciente libro La familia de Orígenes, aventura una tesis que constituye una verdadera iluminación:
Sé que va a parecer por lo menos raro afiliar tan vasta experiencia poética como la de Lezama a un viejo movimiento, tanto más cuando debo admitir que jamás oí hablar a Lezama de Modernismo, mucho menos a Eliseo, Gastón, Gaztelu, Octavio, Piñera, en fin, a ningún origenista. Yo misma me refería en mis primeros Temas martianos al «ininteresante movimiento modernista», que hoy me parece el tema de más candente interés que pueda mover nuestra reflexión.[6]
Y es que el Grupo Orígenes, la concepción humanística de su publicación homónima y del trabajo llevado a cabo por sus integrantes desde poéticas diversas, modos de hacer variados dentro del gran abanico literario que converge en el punto de absoluta concentración que constituye su revista, y luego se abre hacia el infinito de las obras individuales que aumentan sus cauces en múltiples epígonos, es un hito en la evolución del Modernismo en Cuba y en Nuestra América. Sólo el empeño que pusieron en rescatar un lenguaje contemporáneo ligado a la tradición castellana de la lengua y la voluntad de purificación social mediante la cultura, lo identifican con el proyecto martiano como continuación de una misma senda hacia la luz.
La aspiración de Modernidad americana conquistó una cima gracias al fenómeno conocido como el boom literario de mediados de este siglo, un momento glorioso en que las obras de nuestros autores fueron capaces de incidir en el mundo cultural de Occidente como nunca antes. Hijo del Modernismo y
de su esfuerzo renovador y asimilador de influjos, el boom hace palpable la universalidad de la cultura hispánica.
Gabriela Mistral, primera escritora latinoamericana a quien se concedió el importante premio Nobel de Literatura es heredera de José Martí. Las obras de Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Augusto Roa Basto, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, incluso de Jorge Luis Borges y Octavio Paz, son un producto del redimensionamiento artístico iniciado por nuestro Apóstol. Estudios más detenidos pueden demostrar las conexiones esenciales entre las poéticas de estos autores y la poética del Modernismo.
Otro cubano imprescindible, Roberto Fernández Retamar, ha venido revisando durante años los estudios acerca del Modernismo y ha trazado una línea de convergencia entre el Modernismo y la Modernidad que considero básica para entender la evolución de la literatura hispanoamericana en el siglo XX. Asumir la Modernidad en el arte sigue siendo hoy una aspiración consciente de jóvenes escritores que se saben parte continuadora de una tradición cultural. El ascua modernista los alienta.


[1] Schulman, Iván. "Modernismo—Modernidad: metamorfosis de un concepto". En Nuevos asedios al Modernismo. Madrid: Ed.
Taurus, 1987, p.13.
[2] Martí Pérez, José. Obras Completas. Tomo XXVIII, La Habana: Ed. Trópico, 1936-1953, p.18.
[3] Onís, Federico de. "Martí y el Modernismo". En España en América: estudios, ensayos y discursos sobre temas españoles e hispanoamericanos. Madrid: Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1955, p. 175.
[4] Martínez, José Luis. "Krausismo, Modernismo y ensayo". En Nuevos asedios al Modernismo. Madrid: Ed. Tausus, 1987, p. 226.
[5] Anderson Imbert, Enrique. Historia de la literatura hispanoamericana. Tomo I, La Habana: Ed. Revolucionaria, 1968, p. 363.
[6] García Marruz, Fina. La familia de Orígenes, La Habana: Ed. Unión, 1997, p. 8.


De El detective Perrín acude al llamado (cuentos policíacos para niños, 2002)

El extraño caso

—Por fin descansaré un poco —piensa el Detective Perrín, mientras se cubre con la colcha.
Sin embargo, rin rin... suena el teléfono.
—Diga —descuelga Perrín, bostezando.
—¡Corra, Detective Perrín, han matado a la Chiva!
En menos tiempo del que se toma en contarlo, Perrín está en casa de la Chiva.
—¡Mírela, Detective! —dice el Loro Cartero, que señala el cuerpo inmóvil.
—¡Pobre vecina! —llora Mamá Cotorra—. ¡Cómo es posible que haya muerto si tenía una salud de piedra!
—No, no me creo eso de que se haya muerto solita —intervino el Gato.
Perrín reflexiona un momento, con el apuro se le quedaron el pirulí y la lupa.
—¿Nadie ha tocado el cuerpo de la Chiva? —pregunta.
—¡No, nadie! Nosotros sabemos que el lugar de los hechos debe conservarse intacto, para que la policía pueda encontrar huellas —contesta el Loro Cartero.
—Muy bien —aprueba Perrín y, buscando en la habitación, encuentra una rosa en el piso.
—¿Una rosa? —exclama Mamá Cotorra.
—¡Una rosa envenenada! —dice el Gato.
—Su olor es normal, no hay presencia de veneno —aclara el Detective.
—Pero, y entonces... ¿qué hacía esa rosa en el piso? —duda el Loro Cartero, y agrega—: La Chiva la hubiera puesto en un búcaro.
—Cierto —admite Perrín—. Esto es muy extraño... A ver, ¿quién de ustedes encontró a la Chiva?
—¡Todos! —contestan a coro.
—Mire, Detective —explica Mamá Cotorra—, el Loro Cartero llegó a mi casa y me contó que un poeta se había mudado para el pueblo, en eso apareció el Gato y decidimos venir a dar la buena noticia a la Chiva.
—...y como nos cansamos de llamarla—interrumpe el Loro—, entramos y la vimos inmóvil en el piso.
—Díganos quién mató a la Chiva —insiste el Gato.
El Detective Perrín comienza a perder la paciencia, no hay huellas ni sospechosos. "¿Quién mató a la Chiva?", se pregunta sin obtener respuesta.
—¡Buenas noches! ¿Verdad que son hermosas las estrellas?
—¡Oh, sí! ¡Bellísimas! —contesta la Chiva poniéndose de pie.
—¿Quiere dar un paseíto? —propone Chivobardo, el nuevo vecino.
—¡Cómo negarme! —suspira la Chiva, y la pareja sale sin percatarse de los boquiabiertos presentes.
—¿No estaba muerta la Chiva? —habla por fin el Gato.
—Se había desmayado —dice Perrín—, el nuevo vecino le regaló una rosa a nuestra amiga y ella, tan romántica, se enamoró.
Sin hacer ruido, para no molestar a la pareja que contempla las estrellas, Mamá Cotorra regresa a su casa, donde había dejado durmiendo a su hijo Cotico; y el Gato, el Loro Cartero y el Detective Perrín, se van comentando el final feliz que tuvo este "extraño caso".

El Detective Perrín acude al llamado

—Aquí tiene, Detective Perrín. En este paquete están los libros de Chivobardo —dice el Loro Cartero.
—Bien, los guardaré en el armario.
Perrín, después de colocar dentro el paquete de libros, cierra la puerta del armario y da dos vueltas con su llave a la cerradura.
—Oiga, ¡tremendo nos ha salido el nuevo vecino! —agrega el Loro—. Primero conquistó el corazón de la Chiva y ahora se aparece con un libro escrito por él.
—Sí —contesta Perrín y se retira.
En el pueblo la alegría reina. Todos están orgullosos de contar entre los vecinos con un escritor.
—Chivobardo no ha querido revelar de qué trata su libro... ¿Usted, de qué piensa que sea? —pregunta el Gato a Perrín y espera que satisfaga su curiosidad.
—El tiene derecho a guardar el secreto hasta la presentación del libro —se limita a decir Perrín.
—A lo mejor Chivobardo quiere darnos una sorpresa —sugiere el Majá Santamaría. En cambio, el Detective continúa su camino sin darle importancia al asunto.
La Mamá Cotorra y el Cocuyo decoran el parque del pueblo, donde se efectuará la venta del libro. Y Cotico los ayuda a engalanar los árboles con guirnaldas de flores silvestres y bejucos de hojas brillantes.
"Parece que nadie me necesita" —piensa Perrín y vuelve a su casa, porque ya se desliza el sol hacia su escondite de cada noche.

Al fin amanece. Chivobardo se pone su mejor traje y se perfuma los pelos de la barbilla con el rocío de la mañana.
Los vecinos del pueblo acuden hacia el lugar donde va a realizarse la presentación. La primera fila está ocupada por la Chiva, el profesor Tomeguín del Pinar y sus alumnos; más atrás, el Gato, Mamá Cotorra, el Cocuyo y el Majá Santamaría.
Chivobardo ocupa la cómoda butaca que destinaron para él, tras una mesa adornada con flores y enjambres de mariposas amarillas.
—¿Y los libros? Nadie trajo el paquete con los libros —se percata el Loro Cartero.
—El encargado de eso era el Detective Perrín —afirma la Chiva y se pone en pie de un salto.
—Algo muy grave debe haberle pasado al Detective —dice el profesor Tomeguín del Pinar.
Se dirigen apresuradamente hacia la casa de Perrín. El Loro Cartero toca a la puerta.
—¿Qué ocurre? —pregunta Perrín, todavía con cara del sueño, al abrir.
—Necesitamos la caja que le entregué ayer con los libros de Chivobardo. Se hace tarde para la presentación... Creíamos que le había pasado algo malo.
—¡Ay!, disculpen —dice Perrín y va en busca de la llave del armario—. Me quedé dormido, anoche tuve una terrible pesadilla que no logro recordar.
Da dos vueltas a la cerradura y...
—¡Ha desaparecido la caja con los libros! —grita el Loro Cartero.
—¡Se robaron los libros! —dice alarmada la Chiva.
—Pero, ¿cómo es posible? —pregunta Chivobardo—. Estaban bien guardados y solo el Detective Perrín tiene llave de ese armario.
Los vecinos comienzan a mirar con desconfianza al soñoliento Detective.
—¿Cómo puede explicarse que si usted es el único que posee la llave del armario, los libros hayan desaparecido?—pregunta el Gato, y Perrín, enseguida, se defiende:
—Usted, señor Gato, pretende restarme autoridad con esa insinuación pero los primeros sospechosos de este incidente son usted mismo y el Majá Santamaría que, la víspera, se mostraron muy interesados por conocer de qué trata el libro de Chivobardo.
—No estoy de acuerdo con su deducción —afirma el Majá Santamaría, parándose sobre la cola—. Es cierto que deseábamos saber de qué trata el libro; pero, ¿por qué íbamos a robarlo? Además, ¿cómo podríamos hacerlo sin forzar la puerta del armario? ¡Aquí el único sospechoso es usted, Detective, porque solo quien tuviera la llave del armario pudo haberlos sacado de allí!
—Esa acusación es injusta —dice Perrín; en cambio, no se le ocurre ningún argumento a su favor.
—Piense bien, Detective, las evidencias están en su contra —recomienda Mamá Cotorra, seria y alicaída.
—¡Ay, tengo un fuerte dolor de cabeza! —se queja Perrín y la lupa y el pirulí caen al suelo.
—¡Pronto, una silla! ¡Se ha desmayado! —grita la Chiva.
Mamá Cotorra y su hijo Cotico le echan aire, agitando nerviosamente las alas.
El profesor Tomeguín del Pinar se hace cargo de la investigación y distribuye a los vecinos en busca del paquete de libros. Sin embargo, han recorrido cada rincón sin encontrar la más mínima pista.
—¡Debajo de mi cama! ¡Busquen debajo de mi cama! —dice Perrín al volver en sí—. Acabo de recordar la pesadilla de anoche: soñé que no le importaba a nadie porque tenían a Chivobardo, un escritor; y que, como venganza, escondía sus libros debajo de mi cama para que no pudieran leerlos.
—¡Aquí están! El paquete estaba oculto exactamente donde dijo. —La Chiva sonríe porque ha recuperado los libros.
—¡Entonces el Detective es sonámbulo! —se asombra Cotico y todos ríen, menos Perrín, que tiene las orejas marchitas de la vergüenza.
—Bien, no debemos perder más tiempo. ¡Vamos a presenta el libro! —anuncia el Loro Cartero.
El chivo escritor se para junto a la silla de Perrín y dice:
—Este libro fue escrito por mí, pero su verdadero autor es el Detective Perrín...
—¿Cómo? —Perrín abre los ojos desmesuradamente y se pellizca para comprobar que no está soñando de nuevo.
—Sí —continúa Chivobardo—, en mi libro no hago otra cosa que narrar sus aventuras, por eso lo titulé El Detective Perrín acude al llamado.
Un aplauso inunda el viento. La Chiva y Mamá Cotorra lloran de la emoción; y Perrín abraza a Chivobardo, quien le hace entrega del primero de sus libros.
Ahora que comienza a oscurecer, en las casitas del pueblo una luz permanece encendida: los vecinos vuelven a vivir cada aventura, mientras leen el libro de Chivobardo acerca del querido Detective Perrín.



De Los hijos de Adán (cuento, 2002)

Alánimo

—¿Qué quieres?
—Verte.
—¿Para qué? —da dos pasos atrás dejando libre la puerta—. Yo no quiero verte.
—Si lo hubiera sabido...
—Es tarde para arrepentirse.
—Tarde o temprano iba a suceder. Pero no te entiendo, ¿es que no vas a perdonarme nunca?
Ella abre la boca para decir algo, y mira a través de la ventana. Se oye la risa y el canto de unos niños.
—Yo creía conocerte —susurra.
—¿Quién se conoce en verdad? ¿Quién sabe cómo será mañana, qué hará? ¡Estamos vivos!
—Para mí tú estás muerto. Ya no eres tú.
—No, estoy vivo y soy el mismo, haya pasado lo que haya pasado. Y te quiero.
Ella hace un mohín y se le aguan los ojos. Cuando él extiende la mano para tocarla, lo rechaza alejándose hasta la nevera. Sirve un vaso de agua.
—Vendrás a ver a tu hijo una vez a la semana, si quieres.
—¿Por qué sigues pensando que esto no tiene remedio?
—Solo tú puedes pensar que después de lo que pasó las cosas puedan seguir como antes.
—¿Acaso yo dejé de estar enamorado de ti? —La mira a los ojos para preguntar —¿Tú no me amas ya?
—No —dice ella dándole la espalda.
Comienza a atardecer, los rayos de luz van escurriéndose por la ventana. La habitación se torna umbrosa. Sin embargo, pude escucharse aún el alboroto de los niños en la acera.
—Yo sé que tú no me has dejado de querer por eso —él trata de acercarse y ella vuelve a retroceder, huyendo.
—Después de lo que hiciste no podemos seguir, sería... —no termina de hablar, toma de nuevo el vaso que había dejado sobre la mesa, pero ni siquiera hace un ademán de llevárselo a la boca—. Fue escandaloso, todo el mundo lo sabe.
—A mí no me interesan los demás, me importas tú.
—¿Y tu hijo? ¿No te importa que llegue a enterarse? Es tan absurdo lo que hiciste, todavía no puedo explicármelo. Casi no puedo creerlo.
—No todo tiene una explicación, una explicación simple. No hay blanco y negro. El mundo no es así.
—Así se ha visto siempre. Nosotros no podemos cambiarlo.
—¿Por qué no? Yo te quiero y tú también me quieres. Te estoy prometiendo que nunca más, nunca más voy a dejarme llevar, nunca más...
—Ni tú puedes estar seguro. Ni siquiera creo que te hayas arrepentido.
—Por ti y por mi hijo me arrepiento. Prefiero la hipocresía de vivir normalmente a perderlos. Tengo una familia. Tenemos una buena familia.
—Teníamos una familia. ¿Por qué te dejaste llevar por un impulso loco? ¿Por qué?
—No pude resistir. Lo intenté y no pude —baja la cabeza como desmadejado, y enseguida dice—: Pero te prometo que no va a pasar de nuevo, si continuamos viviendo como antes.
Ahora la penumbra llena la habitación. En cambio, ninguno quiere encender una luz. Siguen de pie, a menos de un metro. El canto de los niños se empina a través de la ventana.
—Yo te quiero, convéncete de que te quiero.
—No, si yo lo sé. Y también te quiero, creo que voy a quererte siempre. Nunca pensé en otro hombre, ninguno me atrajo nunca...
Sabes que te perdonaría cualquier otra cosa. Pero esto, ¡no puedo!
—Yo sé que es por la gente.
—Y también por nuestro hijo. ¿Te imaginas que un día se entere? En la escuela otro niño puede decírselo.
Él no contesta.
—Sé cómo te estás sintiendo. Y yo te perdono —ella va a acariciarlo y retira la mano. En la oscuridad él no puede advertir el ademán—. Convéncete de que ya nada tiene solución. Mis padres, tus padres, los vecinos, todo el mundo sabe lo que pasó. Fue demasiado escandaloso. No haríamos nada mudándonos a otra parte, ese recuerdo nos perseguiría. Además, no puedes estar seguro de ti mismo.
—Nadie puede estar seguro. Nadie.
—Pero a los otros no les pasó. Te pasó a ti. A nosotros.
—Vamos a intentar rehacer nuestra vida. Quizás estemos a tiempo.
Ella abre la puerta. Él sale.
—No, ya no hay tiempo —dice y se encierra en la casa.
Afuera continúa el alboroto de los niños, por un momento permanece escuchando. «Alánimo, Alánimo, /la fuente se rompió. /Alánimo, Alánimo, /mándala a componer...»
2000

Ciudad

Por la cúpula del centro comercial se desliza la luz del amanecer. En algún sitio se verá la esfera del sol, como un globo de gas. La plaza comienza a crecer con el murmullo de la gente.
Inspirado por un deseo secreto, a través del torbellino de pasos, camina hasta la fuente solitaria, entre los arbustos perfectamente recortados que rodean la explanada central del parque bullicioso. Neptuno frunce el ceño y cuatro delfines vomitan el cristal perfecto de sus arcos de agua. A través de los troncos grises, la escultura de mármol percibe la monotonía de cada amanecer en los portales que dan a la plaza: toldos opacos que se descorren duplicando el espacio de la sombra y mesitas dispuestas acogedoramente.
Un chorro de agua sale de su órbita. Ha comenzado a correr la brisa.
De medio lado sobre el muro de la fuente, entrecerrando los ojos, se dispone a mojarse el rostro, pero una botella flota hacia él. La sorpresa lo hace pegar un salto. Enseguida se inclina y la botella viene a posarse entre sus manos.
Levanta la vista y Neptuno lanza su ira en la mirada. Pero la superficie fría, ligeramente bruñida, cosquillea entre sus dedos. ¿Está seguro de que nadie lo ha visto? Quiere ocultar la botella en el bolsillo secreto de su gabardina.
Como el caballero de la mano al pecho, se atreve a salir del ojo silencioso, a través de las aceras cómplices. Dos chiquillos pasan riendo. La gente se amuralla en torno a la explanada. Lo aturden la música y los olores de los establecimientos inflamados de sonrisas.
No desea levantar sospechas, trata de calmarse y se contiene. Hasta que sale del centro. Una callejuela sombreada le facilita la escapatoria. Sonríe. Debajo de la gabardina siente palpitar el pichón de su dicha. ¿Sería posible que, cuando ya se daba por vencido, justo ese día, de un modo tan sencillo, hasta inverosímil...?
Quiere cerciorarse y avanza tan rápido como puede hasta una esquina protegida por cuatro vagones rebosantes de basura. Atrincherado, observa el vidrio granulento. Saca la cabeza estirando el cuello y puede comprobar que nadie lo ha visto. Agita la botella y un sonido tímido vibra en el vientre seco.
Alguien avanza a través de la calle. Tiene el impulso de esconderse, sumergirse entre las bolsas de nailon y los deshechos relucientes. Sin embargo, se levanta y, tratando de disimular su nerviosismo, sigue a lo largo de la callejuela. Tuerce a la izquierda y una cuadra más adelante se incorpora a la avenida que desemboca en el puerto.
El olor de la sal trae aquella imagen maravillosa al otro lado del océano. ¡ Tiene que ser, tiene que ser! Con el rostro animado por la brasa que alienta sus entrañas, llega a la bahía. Camina despacio junto al embarcadero. Cascos erosionados y buques como edificios tambaleantes se aprietan para no dejarlo ver el horizonte.
Abre una ventana hacia el insistente azul, un bote de madera olorosa a brea.
—¿Es suyo? —aprieta la mano sobre la tela mugrosa de la gabardina.
—Sí —y de un salto se mete en la pequeña embarcación. El agua lo mece intranquila.
—Tengo con qué pagar, le aseguro que muy bien —dice.
El otro advierte el bulto protegido por la afilada mano.


Los remos empujan el agua y pronto los enormes barcos lucen pequeñas chalupas encalladas, que alejan la ciudad.
—¿Cuál es el rumbo?
—Sólo siga remando... Rumbo oeste —aprieta la mano contra el bulto y susurra— Debe ser rumbo oeste.
El otro impulsa el bote con esfuerzo, por más de dos horas. Ya se nota cansado. Los músculos de los brazos están cada vez más tensos.
—¿Es muy lejos? Quiero decir, ¿que si es muy lejos donde lo van a venir a recoger?
—...
—Está quedándose dormido. Si no me dice cómo es el barco que lo va a recoger, a lo mejor pasa de largo y no me doy cuenta.
—No espero ningún barco.


El mar comienza a revolverse. Como si una mano azuzara las aguas. El cielo se ha tornado brumoso y los sorprende el aguacero.
—¡Tome un remo y ayúdeme!
El bote salta en medio del oleaje y empieza a encharcarse el agua.
—¡Levántese y venga a remar!
—No, no... —sostiene el bulto, seco aún debajo de la gabardina. Los corcovos del bote amenazan con lanzarlo disparado al agua, así que se sostiene del borde de la madera carcomida.
La lluvia forma paredes de agua, rotas por los remolinos y el oleaje. Una tromba casi vuelca la embarcación.
—¡Muévase, achique! ¡Achique o nos hundimos!
Intimidado por la ira de su compañero, se encoge en el fondo del bote. El agua le llega casi a la altura de las rodillas.
—¡Suelte el dinero ahora o terminará ahogándose!
Sigue inmóvil, sujetando firmemente el bulto bajo el brazo. El otro avanza hacia él.
—¡Coja un remo!
El vaivén lo empuja hacia delante, el remo se desliza entre sus manos y se deja tragar por la oscuridad. Ha estado a punto de salir por la borda de la embarcación y caer en medio de las aguas ennegrecidas. Pero su pasajero no se mueve, está seguro de que tampoco lo habría ayudado a subir al bote.
—¡El remo! —y lo golpea en la sien con el cabo de madera del único remo que conserva ahora. La botella cae en el fondo inundado de la embarcación.
—¡Este era su dinero! ¡Me engañó, me engañó! —repite al tiempo que lo golpea cuando logra adivinarlo en el mareo de las olas y la oscuridad de la noche tormentosa.
Al fin, se percata de que están a punto de la zozobra y va por una lata para sacar el agua.


Imperceptiblemente, el mar se ha ido aquietando. A través de las aguas, se dibuja un sendero. El arco reverberante de luz va creciendo en el horizonte malva, contorneado de azules.
La luz del sol le descubre la botella envuelta entre los trapos enchumbados del marinero, que susurra sus rezos en la proa de la embarcación.
—¡No te atrevas a cogerla!
—Es mía, ¡es mía! —dice furioso.
El otro agarra la botella por el pico como si fuera una simple botella, una botella insignificante.
—¡Si intentas cogerla la boto al mar!
—¡No!, por favor.
—¿Qué importancia puede tener?
Enmudece. La vista se le escapa más allá de la línea movediza de las aguas.
El marinero guarda la botella en el cajón, junto a las carnadas y los avíos de pesca. Entonces se percata de que no llevan agua.
—¡Demonio! ¿Cómo es que no había agua? —escarba entre las latas y solo encuentra un par de sardinas malolientes—. ¡Demonio de bote! ¡Maldita sea!
Busca el remo que les queda y trata de orientarse. A su alrededor no se ve el menor vestigio de tierra. El cielo amaneció despejado y el azul del firmamento se une en el horizonte a la superficie plana del océano.
Rema en cualquier dirección, mascullando palabras incomprensibles. Al cabo, se dirige a él, que lo observa embutido en su gabardina húmeda aún.
—¿No te importa nada, verdad? No te importa morir... Pareces ya difunto. Muévete al menos, no voy a golpearte —repara en la contusión morada y la herida al lado de la ceja—. Échate un poco de agua, dicen que la sal es buena para eso. ¿Te duele mucho?
Parece adormecido. Por un momento, el hombre piensa que quizás se le pueda morir y un escalofrio lo conmueve.
—¡Desperézate, vago! —exclama zarandeándolo. Él se incorpora trabajo-samente:
—Dame mi botella.
—No, ahora es mía —siente el poder, puede advertir el odio y la sumisión en los ojos de su compañero—. Cada vez que me acuerdo que me engañaste como a una criatura... ¡Debía lanzarte al mar!
Parece inmutable. El otro comienza a cansarse de mantener el rumbo con un solo remo.
—¿No se te ocurrió traer un poco de comida? ¡Y agua!
—Tú no eres marinero.
—¿Ah, no? ¿Por qué no?
—No eres el dueño de este bote.
—De acuerdo, Sabelotodo. Y entérate de una vez, ¡estamos perdidos!
—Llegaremos a la Ciudad. Tendrás que agradecer siempre que te eligiera.
—¡Muchas gracias, Señor sin Dinero! ¡Soy muy afortunado porque voy a morir en su compañía!
—Cuando veas la gran Ciudad...
—¡Demonios de ciudad! Agua y comida es lo que necesito.
Agarra el remo con rabia y aún tiene fuerzas para empuñarlo durante más de media hora. En el cielo no se ve ni una nube. Azul, el infinito azul a cada lado. Jadeante, se vuelve hacia él y lo levanta sujetándolo por el cuello de la vieja gabardina:
—¿Dónde está tu ciudad, dónde? ¡Habla!
—Devuélveme mi botella.
—¡Mira lo que hago con tu mugrosa botella!
Los vidrios suenan estrepitosamente contra el borde de la embarcación. Al suelo ha caído un papel enrollado. Él intenta acercarse, pero el otro lo empuja con una coz.
—¡Así que este era tu mapa del tesoro! Pues no te lo dejaré ver, ahora es mío. ¡Es el pago por acompañarte! —dice riéndose de su expresión de azoro.


Después de un rato de silencio, él pregunta:
—¿Era el mapa?
—Sí, claro, ¡era tu mapa!
El rostro se le aviva con la noticia y cierra los ojos para dormir en paz por primera vez en mucho tiempo.


—¡Ey, despierta y rema un poco, Majestad!
—No sé.
—¿Y cómo piensas llegar a tu isla del tesoro?
—Llegaremos... estoy seguro.
—¡Tú estás loco! ¿Quién nos llevará, el Dios del Océano, Neptuno?
Afirma con un gesto y el barquero no puede soportarlo:
—Eres un grandísimo estúpido. ¿Sabes qué había dentro de la botella realmente? —saca el papel y se lo pasa por delante tan rápido que no logra descifrar ni un solo trazo— ¡Una carta tonta, la tonta carta de una tonta niña que se entretiene mandando mensajes a los tontos como tú!
—¡No puede ser! Déjame verla.
—No vas a ver nada.
—¡Déjame verla!
—No, Majestad, lo siento mucho... porque puede que no sea la carta de una niña, sino el mapa de la isla del tesoro.


El chasquido de las olas los hace advertir que el mar comienza a agitarse. Una brisa fría se descorre en el silencio de la tarde. El otro rema hasta que las brumas se alargan a través de la monotonía de las aguas. Duermen ante la ilusión de las constelaciones que ninguno sabe descifrar. Al cabo de un día y medio sin comer, los cuerpos se abandonan al pesado sueño de la calma.
Cuando despierta y se quita de encima la vieja gabardina dejando a los ojos recorrer el horizonte, ve que su compañero devora el pescado medio podrido del cajón.
—¿Quieres uno?
—No.
—Te vas a morir de hambre. Esto sabe a rayo, pero es lo único que hay.
—Cuando lleguemos a la Ciudad, tomaré leche en sus ríos y miel de sus fuentes. Habrá viñedos donde se desgranen uvas enormes y edificios de queso blanco de cabra y frutas maduras y olorosas que nos invitarán a comer y comer y comer, y olores agradables y paz.
—¡Así que esa es tu Ciudad!
Agarra una sardina gelatinosa, de ojos verdecinos, inflada por la muerte, y trata de obligarlo a comer. Él se defiende como puede y le clava los dientes en la mano.
—¡Así me pagas, Demonio! Ahora verás lo que hago con tu mapa de la ciudad maravillosa —y en un instante rasga el papel y echa a volar las pequeñas gaviotas blancas que pronto se mezclan con la espuma, dispersándose hacia las profundidades.
Él parece animado por una fuerza oculta, se abalanza hacia el falso marinero y lo golpea frenéticamente. Un desequilibrio y cae por la borda. El otro lo sujeta a tiempo para que no se hunda, y lo sube a la embarcación.
El viento invernal hace que se mantenga tiritando durante más de una hora en la popa, acurrucado en su gabardina que chorrea agua y mugre.
—Cuéntame algo más acerca de tu Ciudad.
—...
—Aunque no tengamos el mapa, yo lo recuerdo vamos a encontrarla. Sí, hombre, sonríe, llegaremos. ¿Sabes qué haré en cuanto me encuentre un río de esos, blanco de leche dulce?
—No es dulce la leche.
—¿Sin azúcar entonces? Bueno, da igual. Me tomaré un río yo solo y me comeré un edificio... son de queso, ¿no?
—Y también de pasteles y caramelo transparente, con olor a chocolate. A nadie le importará lo que te comas, ni siquiera se darán cuenta, hay de sobra, para todos.
—¿Qué pasa? Sigue hablando... Cuéntame de tu vida, no me has dicho ni tu nombre.
—Qué importa un nombre, una vida más o menos.
—¡Anímate, vamos a llegar!
Rema desesperadamente hasta el anochecer. El firmamento ha ido llenándose de luces.
—Dicen que las estrellas tienen nombres. ¡Si los supiéramos! A lo mejor podían ayudarnos a encontrar tu Ciudad. ¿Qué te parece? Dicen que si ves caerse una puedes pedir un deseo y se te cumple. ¿Sabes qué pediría si viera caerse una estrella? Alguna tendrá que caerse esta noche.
2000





De Colómbico (poesía, 2003)

[…………………]
La luna
Abre sus párpados opalescentes
Durmientes
Y una fragancia
Poderosa
Se expande a través
De la noche
Rebotando en las estrellas
Crecidas como puños
Diseminadas en el firmamento
A grandes
Fecundos
Puñados de chispas
Estrellas nuevas
Cielo nunca-antes-visto
Colón hace llevar
Una mesa a la proa
Donde nada le estorba
El desfile de luces
Osas
Canes
Toros
Y leones
Constelaciones viejas
Nombradas ya por los antiguos
Poseedoras de historias
De mitos
Plano astral lleno de infieles
Paganías
Fecundas
Nunca antes visto
Como ahora
Águilas
Dragones
Unicornio perdido ayer
Escorpiones
Familias enteras
Transfiguradas
Por la nueva latitud
Fascinado
Dibuja constelaciones
Planos del cielo
Un cielo majestuoso
Ante la noche
De los tiempos
Mientras la marinería
Se divierte
Aterrándose
Con los cuentos
De monstruos marinos
Prontos a surgir
Cuando el mar los abisme
A un precipicio
Donde acaba el mundo
De los vivos
Enlazando estrellas
El Almirante
Dibuja una quimera
Un unicornio azul alado
Un dragón de siete cabezas
Y sus hombres susurran
Cuentan predicciones
Oídas antes de zarpar
Advierten de unos marineros
Devorados por monstruosas quimeras
Ensartados por el cuerno del unicornio alado
Ahumados por siete cabezas
De un dragón más grande que la flota Española
Puesta en orden de combate
El Almirante
Enlazando estrellas
Dibuja un pulpo manso
Sus marineros
Describen la desgracia
De saberse perseguidos por una criatura
Semejante
Tan lejos de la tierra
Con la frágil protección de sus malas naves
El Almirante sueña
Constelaciones nuevas
Sus hombres escupen
Pesadillas en el mar
La lumbre aviva el horror
De cada rostro joven
La fealdad de los viejos
Tatuados por la sal y el Sol
Crecidas barbas
Sucias
Uñas crecidas
Sucias
Raídas ropas
Sucias
Largas lenguas
Sucias
Apenas principiaba
La noche
Y la luna
Cerró sus pupilas
Detrás de un nubarrón
Cuatro o cinco leguas
Lejos de ellos
Vieron caer
Del cielo
En la mar
Un maravilloso ramo de fuego
Hubo gritos de espanto
Inútiles carreras
Socorros
Auxilios
Nerviosos ¡oles!
Avemarías y Padrenuestros
Lágrimas
Duros marineros
Abrazados
Lloraban la pérdida
Lloraban la anunciada muerte
Lloraban su pánico
Sin más consuelo
Que la vida abrazada
En los brazos del compañero
Se apretaban desesperados
Para retenerse
Mutuamente en la vida
Vuelta brazos y cuerpos
Y llanto unido
En un solo miedo
Y lloraba Colón
Sus lágrimas caían
Como un maravilloso ramo
De fuego
Sobre la página
Emborronando los trazos
Con sus signos de agua y de fuego
Lloraba Colón
Ante el aleph
Abierto en un ángulo de la hoja
A siete cuartas del vértice
De su pequeña mesa
Ante el aleph
Agorero
De futuros
La visión simultánea
De la Tierra
Más hermosa que ojos humanos vieron
[……………………]
Y Colón reclinado
En la borda
Despierta
Removido
Por el viento
Incorporado en él
Entre la maleza
Amurallada
De la espuma
Ve a sus hombres
Pasar
Ya cabizbajos
Como un lunes
Extrañador del buen domingo
Ve a sus hombres
Hombros
Caídos
Y lo ven incorporarse
Lentamente
Quizás compadecidos
Y comprende Colón
Que ya no viajan
Solo perviven
Que ya no esperan
Solo restan días
A sus días
En sus noches no sueñan
Solo duermen
Al pairo manda
Poner las naves
Christophoro
Y se alisa
La capa
Endereza la cruz
En medio de su pecho
Y camina
Sobre el agua
Para él se endurecen
Las olas blandas
Para él se crispa
La espuma vana
Por él
Es el portento
De sus pasos
Sobre el agua
Enceguece la fe
De los marinos
Con su fe
Se eleva
Es su capa
Una nube de pompa
Una pompa
Negra que lo alza
Y la cruz infinita
En su pecho
Mil cruces marca
Bifurca los caminos
Revela los secretos
De la recta
En ángulo
Divino
La cabeza de Cristóbal
Cristo-forea
Ante el foro
Relumbrando
En cada
Fallecido
Cabello airado
En cada cana
Sarana
Lozana
Y la nariz perfecta
Luce de mármol
En la analecta
De los marinos
Le ven cruzar
Cruzar sobre las aguas
Discípulos incrédulos
Temerosos tal vez
Atribulados
Alguien quiere seguirlo
Algo susurra
Y cae al agua
Chapotea
Y no lo ven
Vuelve mojado
Al sostén de viejas tablas
Colombo
Divinizado
Se detiene en el púlpito
De la nave
Nimia catedral
Catedralicio
Descorre el velo de Maya
Y gargolea
Gorjea
Y son ramas de olivos
Hojas de parra
Coronas de laurel
Los consternados
Ojos que lo miran
Sus palabras no iluminan lodazales
Los anegan
Los hacen
Hacen Luz
Con el sonido
Y la raíz pivotante
Retoñada
En el Sol
De la mañana
Una palabra y otra
Que se empujan con fuerza
Igual
Que no se calzan
La flaccidez
Vana
Creer en la Tierra Nueva
Para que nazca
Soñar con el futuro
Para que acontezca
Y pongo oro
En sus oros
Y codicia
Y vinos
Y manjares
Y mujeres hermosas
De cuerpos virginales
Que se complacen
En complacer
Entre placeres
Y dóciles hombres
Regaladores
Regalados
Regalías de plumas coloreadas
De árboles ojosos
Entre hojas farbulleantes
De cámaras
Frescas
Como globos de paz
Sobre la Tierra
Y rimo en oro
Los oros que no llevo
Y canoro
Enamoro
Peroro
Avisoro
Sonoro
Valoro
Corroboro
Elaboro
Espolvoro
Meteoro
Memoro
Trasfloro
Coloro
Decoro
Y el foro
Mucho oro
Tanto lloro
Oropel
Oropéndola
Se enciende
La prebenda
Y me aclaman
Y les dejo ver una moneda
Y para que no olviden
La lección
Atravieso
La efigie carilarga
Y cornucopia
Del monarca
Con una puntilla
Y en el mástil
Queda el oro
Relumbrando
Alumbrando el camino
Anunciando las glorias
Venideras
Y la dicha del primero
Que vea aparecer
Al horizonte
Tierra
Nuestra Tierra
Oromada
Orodada
Orotornada
Prometo más que
La moneda oradada
Prometo
Un jubón de seda
Una renta
De diez mil maravedís
Prometo glorias
Y memorias
Flotas de oro
Que ya sé
Tornáronse de plata
Mujeres de oro
Que ya sé
De carne chamuscada
Y Tierras ilusorias
En la Tierra
Que no es que no supiera
Regalada
Pero regalaba
Aunque dueño tuviera

[……………………]


De Eliseo Diego: donde la demasiada luz (ensayo, 2004)

Capítulo I: Saber que se está vivo

...el niño que miró con ojos redondos de asombro
la prodigiosa realidad del taller del zapatero...

Llueve. Se desgajan del cielo ráfagas de agua y van cayendo entre los senderos del jardín gotas verdes, hojas despeñadas desde lo alto de los árboles. Flota el angelito de mármol en la fuente rebosada, señoreando su blancura de nube en medio de tanto color retoñante, de tanto velo gris como se abre y cierra en los bostezos del viento. La lluvia baja delicadamente tropezando con las grandes frondas y palpa la ruda belleza de los troncos, sus torcidos ojos lagrimeantes. Llueve en la fiesta del jardín y las yerbas trazan una reverencia para guarecer al ciempiés de sigiloso paso, al grillo inspirado, a la impaciente hormiga.
A través de la ventana, la mirada del niño engorda con las imágenes, las umbrosas y las transparentes que ahora van surgiendo, leves, tímidas como la brisa que comienza a secar la gran verja del jardín. Cuando aparece el puente de colores de un arcoiris sobre la colina, los charcos apenas disimulan su encono ante las coronas de cristal que despiertan fugaces gotas desprendidas del follaje.
El sol renace, mil veces bifurcado en los charcos que en su reflejo doblan la luminosidad de la tarde, aclarándose sobre las aceras anhelantes.
Y parece que el día es solo frescor, limpieza, humedad, vida. Y entonces el niño escucha el tenue lamento sucesivo de las hojas y el golpe sordo en la tierra. Y ve las plumas mojadas, el cuerpo rígido y mojado de una paloma que ya no remontará nunca más los senderos del cielo. Con las pupilas dilatadas hacia el abismo, con los ojos abiertos como platos, el niño descubre, en la pobre ave, una acechante presencia. Y de súbito se le llena la cabeza de imágenes que no pudo ver: el ciempiés náufrago de caminos, la hormiga desgarrada de la tierra, el grillo de ahogado canto. La Muerte acecha en los recodos de la vida. La ingenuidad del niño se ha fugado en el vuelo invisible de la paloma.


El niño se hizo hombre y se hizo viejo, sin dejar de ser el mismo niño deslumbrado. Eliseo Diego conservó en él, a buen resguardo, ese niño perspicaz, devoto de la vida, asombrado ante la continua maravilla de la creación y avizor de las bocas voraces ocultas en los pliegues de la sombra.
Así que un día, casi seguro a la hora del crepúsculo, comenzó a escapar hacia el papel su asombro ante la vida, su azoro por la muerte. El poeta que había nacido una tarde lluviosa desde la otredad de la ventana abierta al jardín, empezaba a ser poeta en la literatura y, por si fuera poco, en versos. Las letras ganaban uno de sus más genuinos líricos y Eliseo Diego una misión vital de la que poco a poco se hizo consciente.
Desdeñando toda grandilocuencia, todo edulcoramiento, todo alarde pasional, toda vana manifestación de ser, Eliseo revela en sus poemas, y aun en sus prosas, su condición humana, su extrañeza ante el mundo, su duda y sus anhelos. No busquemos en la obra de este hombre-poeta la firmeza de un legado erudito o profético, solo hallaremos la erudición de unos versos que parecen dictados en la bruma como profecías del Ser y, sobre todo, como el legado de un hombre que no en vano nos entrega en heredad “todo el tiempo”. De modo que la sencillez no será en ellos absoluta, sino sencillez abisal; las palabras serán sonoras notas del concierto, pero también olorosas esencias y agudas reminiscencias. Ante el espejo de la poesía, acaso la Poesía, dialoga Eliseo Diego con Eliseo Diego y por su conducto con todos los Eliseos y los Diegos y los hombres y mujeres que un día sintieron dentro de sí mismos arder un universo maravilloso y frágil, tan frágil que podrá quebrarse con el soplo ingenuo de la brisa.
Las eternas y siempre nuevas preocupaciones humanas serán sus temas. El abordaje buscará forma en metros y líneas versales clásicas e innovadoras, la elección será del propio texto que escribiéndose se haga. No veremos afán por parecer sol ante girasoles, por lucir luna en noche de cerrada oscuridad. Sin embargo, no debemos confundir la modestia con la pobreza de recursos, ya que solo pobreza irradiante anuncian los textos de Eliseo; desde ellos asistimos a un balance cultural, a un proceso de asimilación de poesías vitales y literarias.
Aunque frecuentemente escapen al hombre los motivos de una palabra, ni la más sorda sílaba será ajena al oído y a la voluntad creativa del poeta. Y traeremos a este libro la voz de ambos, para que nos expliquen sus voluntades y nos involucren con sus dudas y deslumbramientos. Ya leímos la explicación que el meditabundo Edgar Allan Poe daba a su marmóreo poema “El cuervo” sin que supiera él mismo entender el trasfondo de sus símbolos, aparentemente cerebrales, que temían la muerte de su joven esposa agonizante. Hemos leído también de otros destinos literarios y aparentemente menos literarios en que se confunden los motivos con las motivaciones. No debemos trocar el azul del cielo con el azul marino, porque ambos son inasibles y solo uno de los dos nos refrescará la frente.
Es Eliseo Diego un hacedor de versos y también un hombre que buscaba explicaciones, las respuestas que al niño nunca contentaron ni contentarían, el porqué de las cosas y los seres; y, sobre todo, el porqué de sí mismo y de su poesía. De manera que vivió, observó, meditó y habló quizás tanto como Homero, sin embargo solo al margen de su vida fue dejando papeles escritos en los que evidenciaba las ideas que pasaban ante sus ojos dilatados a los espacios sin límite. Sin haber salido del asombro de la creación, anotó posibles explicaciones para el factum gracias a los cuales podemos hoy deleitarnos con sus amenísimas prosas y sus luminosos versos.
Lina de Feria me aseguró alguna vez que el autor de En la Calzada de Jesús del Monte era el más poeta de los poetas de Orígenes. Estuve de acuerdo. Aunque parezca una afirmación apresurada o demasiado ingenua tratándose del Grupo Orígenes, la pléyade mayor de nuestra literatura. Porque no se trata de “calidades poéticas”, sino de “otra cosa”. Son poetas imprescindibles José Lezama Lima, Gastón Baquero, Fina García-Marruz, Cintio Vitier... y seres de inusual ilustración, asombrosos ensayistas y prosistas. Pero Eliseo Diego vivió como poeta.
En su vida estaba la poesía que nos legó. Él no fue poeta, sino el poeta. Lo veremos desandar las aceras de un reló inmenso, con su báculo y su pipa detectivesca; detenerse ante un perro abandonado en un barril tibio de sol; remontar el cielo detrás de los humildes gorriones; reverenciar los años de un olmo viejo retoñado; y escapar con una pareja de enamorados hacia silencios de miradas y besos.
Su poesía no pretende otra cosa que ser. Y en el coro de voces que entonan la literatura de este siglo en Hispanoamérica su poesía es.



De Cuentos para dormir (cuentos para niños, 2005)

El cocodrilo vegetariano

Es un cocodrilo que vive en una reserva natural de la ciénaga, donde puede vérsele nadando en los canales de aguas rojizas teñidas por el mangle. Cualquiera pensará que rodeado por una vegetación tan exuberante y lejos de los ruidos, tiene que ser feliz; sin embargo, no solo plantas y flores acuáticas conforman su entorno inmediato, también otros cocodrilos, primos hermanos suyos, de apetito insaciable.
Tanto como los leones y los lobos, los cocodrilos son fieras carnívoras y no perdonan pez o animal terrestre que cruce cerca de sus enormes fauces llenas de dientes filosos y puntiagudos…
—¡Primo, si vieras qué venado me comí esta mañana!
—¡Tengo un hambre que me zamparía un caballo!
—¡Deberías probar los patos que vienen a nadar a la laguna, están deliciosos!
—¡Tengo la barriga llena de sapos y jicoteas! ¡Perdí la cuenta pero creo que me comí un centenar!
Escucharlos le provoca mareo, porque hace tiempo él tiene claro que ni la carne ni la sangre van con sus gustos, aun cuando sea un cocodrilo con garras y dientes enormes. Prefiere alimentarse de plantas y flores acuáticas. Quizás por eso siempre lo acompaña un olor agradable a las mejores esencias de la naturaleza.

La reserva natural es visitada cada día por decenas de familias que pasan una jornada diferente lejos de la ciudad. Debajo de los árboles o en sus botes, conversan arrullados por el murmullo del agua y los cantos de los pájaros y los insectos.
Si divisan algún cocodrilo, exclaman:
—Mira, allí hay un cocodrilo. ¡Cuidado, no se acerquen! Son muy peligrosos.
Cualquier cocodrilo normal, cuando ve a un humano piensa en cuánta carne esconde sus ropas. ¡Qué banquete se daría si pudiera comérselo!
En cambio, ya advertimos que el de este cuento es excepcional, incluso vegetariano. Por eso sus pensamientos son diferentes. En cuanto descubre a una familia cerca, disfrutando de la naturaleza, quisiera poder acercarse a curiosear. ¡Los humanos traen consigo tantas cosas de colores brillantes y formas raras!
Un día se decide por fin: sin pensarlo dos veces nada hacia un cayo donde un grupo está disfrutando de su almuerzo, en torno de un mantel blanco lleno de vasijas de hermosos colores. Una anciana silenciosa se le queda mirando fijamente y cuando lo ve sacar del agua su enorme boca y sus patas llenas de largas uñas, comienza a gritar asustada.
Pronto se forma un gran revuelo y, dejando abandonadas sus pertenencias, suben todos al bote y se alejan de prisa. Huyen de él…
“No saben que soy un cocodrilo vegetariano y que no les haría daño —se consuela nuestro amigo—. Pensarían que soy como mis tíos y primos, una fiera comedora de carne…”
Pero he aquí que curioseando entre los objetos olvidados por la familia en su estampida al cocodrilo se le ocurre una idea genial para que le gente no se asuste más con su presencia amenazadora. Enseguida pone manos a la obra: Cubre su piel verdinegra con talco infantil para parecerse a los animalitos de juguete y se coloca un lazo azul en la cabeza. Como toque final, se pone un tete en la punta de la boca. ¡Ahora parece un cocodrilo de dibujos animados, o quizás un bebé cocodrilo, nada amenazador!

Oculto tras las yerbas espera la llegada de otros visitantes para probar la efectividad de su disfraz. Al fin, escucha voces y ve que dos niños se acercan corriendo y gritando. El más pequeño lo descubre enseguida.
—Mi hermano, ¡mira qué cocodrilo más bonito!
—¡Es un bebé cocodrilo! —dice el mayor y lo acaricia.
Los padres llegan un poco después, pero tampoco se alarman. ¡El cocodrilo vegetariano está tan contento que casi se hecha a reír! Sin embargo, se contiene a tiempo pensando en qué podría pasar si les deja ver su dentadura enorme y amenazadora de temible fiera.


El niño y el papalote

Este es el cuento de un niño cualquiera, un niño que pudiera ser tú mismo. ¿Te han regalado alguna vez un papalote? Pues al niño de esta historia le regalaron uno, hermoso con sus colores brillantes y su cola inquieta.
—Papá, llévame a empinar mi papalote.
Su papá, como siempre, estaba demasiado ocupado y le respondió con un gruñido sin siquiera mirarlo.
El niño corrió a la cocina pero no podía acercarse a su mamá parapetada detrás del fogón y rodeada de calderos, batidoras, licuadoras, ollas, máquinas moledoras y cuanto utensilio sirviera para encerrarse en su mundo de complicadas recetas.
—Mamá, llévame a empinar mi papalote —gritó para que lo escuchara, pero era tal el ruido de las ollas en ebullición y de los aparatos que ponía a funcionar al mismo tiempo, que ni siguiera advirtió su presencia en la cocina.

El niño se encerró en su cuarto como hacía siempre y ya iba a ponerse a llorar, arrodillado en un rincón, cuando el papalote lo rozó con la cola, provocándolo. En cambio, qué sentido tendría hacerle caso si jamás había visto empinar un papalote y estaba seguro de que sería algo bien complicado que solo su mamá o su papá podrían lograr...
Pero el papalote insistió: le hacía cosquillas en la nuca con las telitas de su cola y no paraba de ronronear, agitando el cuerpo de papel con la poca brisa que se escurría a través de la ventana.
—Está bien, te llevaré afuera pero estoy seguro de que terminarás enredándote en los cables de la corriente o en las ramas de los árboles.
Al final de la calle existía un terreno donde los vecinos iban a correr o a jugar pelota. Allí llegó con su papalote y en cuanto lo puso sobre la yerba ¡zicsssssssss! El viento lo agitó de golpe y lo puso a volar ante la sorpresa del niño, que apenas podía ir desenrollando la bola de hilo, cada vez más tenso.
¡Qué bien! ¡Qué emoción sentía viendo subir y subir, más y más alto, su hermoso papalote lleno de colores y tan buen piloto como un avión supermoderno! Si su papá y su mamá pudieran verlo... ¡Cómo le habría gustado que los vieran, a su papalote planeando entre las nubes y a él agitando el hilo como un experto! Sin embargo, sus padres estarían muy ocupados con sus quehaceres.
Una ráfaga de viento levantó una columna de polvo y de pronto sintió una furia tremenda y deseó escapar volando, lejos de aquellos padres suyos, que no tenían tiempo para jugar. El torbellino le despegaba los pies de la tierra y enseguida se sintió flotando, llevado por el papalote hasta las nubes.
Los muchachos que jugaban a la pelota ni siquiera se dieron cuenta porque la espiral de polvo lo camuflaba. Desde el aire los veía como niños de juguete con bates y guantes de juguete. El pueblo le parecía una maqueta de esas que hay en los museos y su casa un cuadradito y un punto lejano que terminó por desaparecer en el horizonte.
Cuando descendieron llevaba tantas imágenes en los ojos que le pesaban de sueño.

Despertó y todo a su alrededor era risas y juegos. El lugar a donde había llegado semejaba un gran parque de diversiones donde miles de niños jugaban sin preocuparse por nada y sin que sus padres estuvieran detrás de ellos llamándolos o regañándolos. Subió a un pony rallado como una cebra y corrió a través del césped, luego lo cambió por una maquinita de motor que podía manejar a su antojo en cualquier dirección y que aceleraba y frenaba igual que un automóvil de verdad.
Cuando tuvo hambre echó mano a una bolsa llena de golosinas, de las tantas que había colocadas en las ramas de los árboles, como si fueran sus frutos. Eran tantas las maravillas de aquel lugar, y lo que más lo sorprendió es que el tiempo no transcurría porque jamás vio moverse al sol de su sitio en lo más alto del firmamento.
Por unas gemelas que jugaban al pon cogidas de las manos supo que allí iban a refugiarse los niños que no querían continuar viviendo con sus padres, además le dijeron que no temiera fuese a sucederle como a Pinocho porque si alguien debía transformarse en burro en este cuento serían los padres y no los niños. Así que se sintió de lo más confiado y jugó a los escondidos, a los agarrados, a las adivinanzas, a la prenda y a mil cosas más que iban ocurriéndoseles.
Hasta que sitió ganas de empinar papalotes y se percató de que había dejado al suyo abandonado.
Conque criticaba a sus padres y hacía lo mismo que ellos...
—Papalote, papalotico mío, ¿dónde estás?

A pesar de las tentadoras invitaciones a jugar de los otros niños, él continuó buscando su papalote y lo encontró, marchito y solo, entre las yerbas.
—¡Ay, mi papalotico lindo, disculpa que me olvidara de ti!
Y el papalote lo perdonó porque no era nada rencoroso. Tan alegre estaba que comenzó brincar y casi sin advertirlo se elevó y se elevó hacia el cielo.
El niño sujetó el hilo para que no se fuera a bolina dejándolo sin medio en qué regresar a su casa. Y sintió cómo le crecía dentro el deseo de ver a su mamá y a su papá, de abrazarlos y decirles lo mucho que los quería.
Agarrado fuertemente al hilo de su papalote, se alejó por los caminos del aire, de regreso a su pueblo y a su casa. ¡Qué sorpresa iba a encontrarse! Sí, porque el tiempo había pasado y sus padres estaban llenos de canas y con arrugas alrededor de los ojos por tanto buscarlo durante demasiados años.
—¡Mamá, papá, soy yo, llegué! —gritó aterrizando en el jardín y sus padres corrieron a abrazarlo.
Las arrugas de la cara se les borraron con la risa. Como ya no tenían de qué preocuparse las canas desaparecieron y volvieron a lucir jóvenes.
El niño pensó que todo era igual que antes, incluso que su aventura aérea nunca habría sucedido, sin embargo, algo tuvo que pasar porque en cuanto su papá le descubrió el papalote bajo el brazo, dijo:
—¿Quieres que te enseñe a empinarlo?
Su mamá propuso:
—Preparo una merienda rápida y nos vamos los tres a empinar el papalote.
Y el papalote batió la cola agitando su cuerpo colorido, con el aleteo de un pichón anhelante por probar la aventura del primer vuelo.



De Crece en mi cuerpo el mundo (poesía para niños, 2005)


Otra casa

El hacha muerde,
escupe astillas,
rebota empecinada.

El árbol firme
desdeña el filo
duro del hacha.
Y aguarda.

El leñador sueña
hacer su casa.
Imagina el árbol
convertido en tablas.

En la copa verde
peligra el sueño
de otra casa.


El sembrador

Siembra el sembrador
árboles, flores, yerbas.

Siembra días,
inviernos y veranos.

Siembra años,
sequías y diluvios.

Siembra el sembrador,
la semilla de su vida.


Amor:

Una flor que se me asoma
a los ojos cuando miro,
rara luz que de un suspiro,
el pecho todo me toma,
mágica y ciega paloma,
revoloteando en el cielo,
telaraña de su vuelo,
loco arroyo del camino,
aguacero cristalino,
riquísimo caramelo.


La obstinada hormiga

La obstinada hormiga,
gota a gota,
de polvo,
elevó la montaña,
sobre el verde
de los árboles.

Nunca más la llamaron
diminuta.
Otra casa


El sombrero sueña

El sombrero sueña
ser árbol
y abriendo las alas
escribe un punto.




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